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Venados en cautiverio: un campo donde conviven ciencia y trabajo

Llegamos cuando la primavera apenas asomaba. El pasto, todavía con el brillo de las primeras lluvias, empezaba a “despegar” y los venados —atentos, elegantes— lucían ese terciopelo sobre los cuernos que delata una temporada de crecimiento a todo ritmo. “En estos días los cuernos pueden crecer hasta dos centímetros por día”, nos explican. No es poesía: es fotoperiodo, hormonas y biología aplicada al manejo.

El establecimiento —unas 300 hectáreas de suelos volcánicos, bien drenados, con charcos traicioneros que a los venados les encanta convertir en pileta— aloja alrededor de 1.700 animales. De ellos, unos 700 son machos. La mayoría son red deer europeos (venado rojo), aunque también hay elk canadienses (uapití) y cruces entre ambos para mejorar eficiencia carnicera: el “Simental vs. Angus” de los cérvidos, ironiza el anfitrión para que la comparación entre razas grandes y compactas nos resulte familiar.

La recepción estuvo a cargo de Ian Scott y la Prof. Jacqueline Rowarth, quienes nos guiaron por cada rincón del campo, compartiendo su experiencia y la historia detrás de esta particular producción neozelandesa.

La industria del terciopelo: cosechar lo que vuelve a crecer

La palabra “cosecha” aparece una y otra vez. No es casual: en este sistema, los cuernos —todavía en velvet— se cortan y vuelven a crecer. “Desde que se caen de manera natural hasta tenerlos de nuevo listos para el mercado pasan unos 60 días”, detallan. Ese ciclo rápido, activado por el cambio de horas de luz, permite dos cosechas al año: una principal, de mayor calidad, y un “retoño” (regrowth) más liviano.

¿A dónde va ese terciopelo? A un mercado asiático que lo seca, muele y encapsula para usos medicinales tradicionales. El pico de calidad es una ventana breve de tres a cuatro días: allí se organizan las entradas al corral de manejo y, si hace falta, se “cosechan” 20 animales por día. La selección es casi artesanal: se observa la forma, se cuentan las puntas y, sobre todo, se busca esa terminación redondeada en el extremo que indica el momento justo.

La escena de manejo es prolija. Los animales llegan de los potreros en cuatriciclos; no se usan perros porque el venado los interpreta como lobos. En el brete se aprovecha para desparasitar (parásitos internos) y aplicar vacunas —clostridios y leptospirosis—. “La clave es tener la infraestructura adecuada”, remarca el equipo, mientras nos enseñan el escudo que usan para protegerse de empujones de un macho que puede llegar a los 400 kilos.

Carne magra, trofeos y genética: cuatro patas del negocio

El modelo de ingresos tiene varias vetas:
• Terciopelo para el mercado asiático (dos cortes anuales).
• Carne para exportación —hoy con muy buenos precios, por su perfil magro y bajo colesterol—. Nos comparten una referencia: la res de venado ronda los US$ 11/kg, contra unos US$ 7/kg en bovino. Buena parte de la carne termina en restaurantes de Estados Unidos y también en Europa (Bélgica, Alemania, Francia). La industria neozelandesa dispone de más de 15 plantas dedicadas a faena de ciervos.
• Trofeos: una porción de machos —seleccionados entre los mejores 20–30 de cada 100— se destinan a cotos de caza. Alcanzan su punto óptimo entre los 7 y 8 años, cuando los cuernos impactan por tamaño y simetría.
• Genética: venta de machos y hembras para mejoras de planteles en otros campos.

Ciencia en clave rural: de la biología de los cuernos a la reproducción asistida

Los cuernos son un laboratorio vivo. Son el tejido de crecimiento más rápido del reino animal y regeneran cada año a partir de poblaciones celulares de altísima plasticidad. Aquí investigan señales hormonales y ambientales que disparan ese crecimiento. Además, el establecimiento fue pionero local en inseminación artificial en ciervos y desarrolló protocolos de transferencia embrionaria no quirúrgica: una rareza técnica trasladada al día a día productivo.

Pasto, grano y datos: el menú se decide con la leche

Aunque venimos por los venados, el campo late también como tambo. Dos veces al día las vacas entran al refugio, comen su ración —con base de ensilaje de maíz— y van a sala. En un sistema aeróbico, los efluentes se compostan con cama de aserrín y vuelven como fertilidad a los lotes de maíz y pasturas. El equipo ajusta la dieta con información diaria: volumen, grasa y proteína de la leche orientan la energía que habrá en el mixer. Si el pasto quedó alto tras el pastoreo, entra el “equipo de terminación”: los machos de venado afinan el remanente como una desmalezadora con patas.

En primavera temprana, cuando las lluvias abundan y el sol aún es tímido, el pasto puede ofrecer menos energía. Allí aparece el maíz en grano como suplemento puntual para los venados en crecimiento de cuerno: un empujón calórico justo a tiempo.

Gente, oficios y futuro: entre la pasión y la sucesión

El dueño es veterinario además de productor. Dice haber invertido 45 años en armar varias unidades productivas. Hoy trabaja con un equipo chico —tres o cuatro personas para el día a día del rodeo, un mecánico, una contadora— y talento internacional: hay mano de obra de India y Filipinas, un rasgo extendido en el agro neozelandés.

La sucesión, admite, no es sencilla. Sus hijos tomaron otros rumbos profesionales y no desean la vida de campo. “Mientras esté fuerte, sigo”, concede, aunque ya evalúa vender en unos años. No descarta que el futuro comprador apueste por un tambo más grande o incluso por kiwifruticultura, actividad en expansión en la zona. El valor de la tierra acompaña: se habla de US$ 70.000 por hectárea en estos suelos de alta aptitud.

Una historia que empezó desde el aire

La cría de ciervos en Nueva Zelanda tiene una épica aviada: helicópteros que sobrevolaban montes al amanecer, dardos tranquilizantes y equipos que capturaban animales para iniciar planteles. “Saltar de un helicóptero para abalanzarse sobre un ciervo a 30 km/h asusta más que el bungee jumping”, bromea Ian Scott. De aquella etapa, también queda la memoria de la faena para exportación a Alemania cuando los ciervos silvestres eran plaga. El viraje fue claro: menos balas, más alambrados, manejo y selección.

Mercados que cambian y una ventana de oportunidad

La caza deportiva vive sus propios vaivenes culturales y regulatorios. En Estados Unidos, por ejemplo, la reintroducción de lobos en parques como Yellowstone alteró equilibrios y redujo la disponibilidad de trofeos silvestres. Ese reacomodo empujó precios al alza en la oferta organizada de otros países. No es el único viento a favor: la búsqueda global de proteínas magras posiciona a la carne de venado en cartas de restaurantes y mostradores gourmets. Incluso el mercado de hamburguesas estadounidenses se nutre de carne magra importada para balancear la grasa del bovino local.

Detalles que cierran el círculo

En el potrero, los venados nos observan con esa mezcla de curiosidad y distancia. Un guía nos señala uno con puntas redondeadas en la corona: “Ése está para cosecha”. Aprendemos, también, que no todo es genética: moda y preferencias del comprador cambian temporada a temporada.

El campo, por su parte, está pensado para cuidar la huella: potreros más chicos con tres o cuatro portones para no castigar las entradas; integración entre venados y vacas para ordenar el pasto; y un esquema de reciclaje de nutrientes que devuelve al suelo aquello que salió en la leche.

Epílogo: lo que nos llevamos

De la visita queda una impresión fuerte: producción y ciencia conviven con una destreza práctica que se nota en cada decisión, desde el manejo tranquilo en la manga hasta el uso del fotoperiodo como reloj de campaña. También, una pregunta abierta sobre el relevo generacional y el destino de sistemas que demandan oficio y presencia.

Mientras nos alejamos, la primavera se afirma y, con ella, los cuernos siguen su carrera silenciosa. En este campo, cada punta redondeada cuenta una historia: la de un país que convirtió a un animal esquivo en una cadena de valor que exporta manejo, conocimiento y un producto que gana lugar en el mundo. Y la de Ian Scott y la Prof. Jacqueline Rowarth, que con su hospitalidad nos abrieron la tranquera para entender cómo conviven ciencia y trabajo en la cría de venados en cautiverio.

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