Cuando soltar no es perder

Por Gustavo Picolla – Consultor | Director Agromanagement Agroeducación
Durante mucho tiempo pensamos que tener el control es la manera más segura de evitar problemas. Que si planificamos lo suficiente, revisamos cada detalle y nos aseguramos de que todo esté “bajo nuestra mano”, las cosas van a salir como queremos. Y claro, a veces esa atención es necesaria. Pero hay un punto en el que el control deja de ser un aliado y se convierte en una carga invisible que nos roba energía, claridad y conexión.
Esa carga no aparece de golpe. Empieza con pequeñas acciones que no parecen grandes cosas, pero con el tiempo generan tensión. Y esa tensión se acumula.
Controlar en exceso no solo agota a quien lo hace; también afecta a los demás. Los equipos que trabajan con un líder controlador suelen perder iniciativa. Las personas se limitan a hacer lo que se les pide, porque cualquier idea diferente corre el riesgo de ser corregida o descartada. Se instala un clima de prudencia excesiva, donde lo importante no es aportar valor, sino evitar errores.
En lo personal, vivir así también tiene consecuencias. El cuerpo se mantiene en un estado de alerta constante, como si siempre estuviéramos preparados para un imprevisto que no sabemos si llegará. Y, sin darnos cuenta, dejamos de disfrutar lo que sí está ocurriendo, porque estamos demasiado ocupados pensando en lo que podría salir mal.
La mayoría de las veces, el control no es un capricho. Es una estrategia aprendida para sentirnos seguros. Tal vez en el pasado funcionó: nos ayudó a evitar problemas, a lograr resultados, a cumplir expectativas. Pero lo que alguna vez fue útil, puede volverse un hábito que ya no nos sirve. Si miramos más de cerca, descubrimos que el control suele estar sostenido por miedo: miedo a equivocarnos, a no estar a la altura, a perder algo importante. Y aunque ese miedo sea legítimo, el problema es cuando empieza a dirigir nuestra manera de vivir y de liderar.
Recuperar el equilibrio implica diferenciar entre gestionar y controlar. Gestionar es tener claridad: saber qué recursos tenemos, cuáles son las prioridades, cómo se distribuye el trabajo. Es decidir con información y adaptarse cuando algo cambia. Controlar, en cambio, es intentar que las cosas sucedan exactamente como las imaginamos, resistiendo cualquier desvío del plan. Un liderazgo sano se apoya en la gestión. El exceso de control lo debilita, porque reemplaza la flexibilidad por rigidez.
Soltar el control no significa desentenderse. Significa confiar. Confiar en uno mismo, en las personas y en los procesos. También en que, incluso si las cosas no salen como las planeamos, vamos a poder responder. Cuando un líder suelta un poco de control, las personas se sienten más libres para proponer, para equivocarse y aprender, para hacerse cargo. Y esa libertad no genera caos, genera compromiso.
Lo mismo sucede en la vida personal. Soltar el control abre espacio para la sorpresa, para descubrir caminos que no habíamos considerado. Nos devuelve energía, porque dejamos de estar pendientes de cada mínimo detalle.
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Jueves 9 de Octubre – 14 hs | Gustavo Picolla

Cuando dejamos de centrar la atención en controlar, aparece algo distinto: la presencia. Estar presente es estar atento a lo que ocurre aquí y ahora, sin quedar atrapados en lo que podría pasar. Es escuchar de verdad, observar sin prejuicios, actuar desde lo que la situación pide y no solo desde lo que habíamos planeado. Un líder presente no necesita intervenir en todo. Su manera de estar, de escuchar y de decidir transmite dirección.
Salir del hábito de controlar en exceso no requiere un cambio drástico. Podemos empezar con pasos pequeños: delegar explicando el objetivo, no cada movimiento; aceptar el error como parte del proceso; hacer pausas antes de intervenir para preguntarnos si es realmente necesario; escuchar sin preparar la respuesta; preguntarnos qué es lo peor que podría pasar y si podríamos afrontarlo.
Soltar el control empieza por dentro. Es reconocer que no todo depende de nosotros y que eso no nos hace menos valiosos ni menos responsables. Es dejar de pelear con lo que es y empezar a relacionarnos con la realidad tal como se presenta, con sus matices, sorpresas y desvíos. Es entender que el control absoluto es una ilusión. Podemos influir, decidir, prepararnos… pero siempre habrá variables fuera de nuestro alcance
Quizás valga la pena preguntarnos qué parte de nuestra vida o de nuestro trabajo estamos intentando controlar demasiado, qué pasaría si bajáramos un poco la intensidad y confiáramos más, qué espacios se abrirían para nosotros y para los demás. Y lo más importante: dejamos de estar atrapados en un esfuerzo constante por que todo salga como lo imaginamos y empezamos a vivir lo que realmente está ocurriendo.
Soltar no es perder. Soltar es permitir que la vida también haga su parte.
Por Gustavo Picolla – Consultor | Director Agromanagement Agroeducacion
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