
Nuestra visita a un tambo neozelandés fue mucho más que un recorrido técnico: fue una inmersión en cómo una fuerte tradición pastoril se combina con tecnología de vanguardia para producir leche con eficiencia, sustentabilidad y visión de futuro. El anfitrión, Pete, nos recibió con una sonrisa franca y una frase que marcó el tono del encuentro: “No hay ninguna pregunta prohibida, pueden preguntar lo que quieran.”
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El pasto en el centro del sistema
El establecimiento funciona bajo el modelo clásico de producción a pasto. No hay galpones gigantes, mixers ni robots de ordeñe: la clave está en hacer coincidir la curva de crecimiento de la pastura con la demanda nutricional de las vacas.
“El pasto es el alimento más barato y más perfecto para los rumiantes”, enfatizó Pete. Por eso, toda la estrategia gira en torno al manejo de potreros, rotaciones y carga animal con máxima precisión.
La calidad forrajera es sobresaliente: pasturas de raigrás y trébol blanco con niveles de proteína de 26 a 35%, cuando una vaca solo necesita alrededor de 18%. Pero, como explicó Pete, “el secreto no es la proteína, sino la energía metabolizable”. Saber en qué momento exacto meter y sacar las vacas de un potrero define si se captura la energía o se pierde cuando la planta espiga.
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Renovación y fertilización
Cada año, el tambo renueva alrededor del 15% de las pasturas, rotando con maíz para silo, achicoria o nabos forrajeros, y logrando hasta tres pastoreos y dos cortes de silo por ciclo.
La fertilización también sorprende: apenas 35 kg de nitrógeno por hectárea al año, frente al promedio nacional de 120. “Nos volvimos tan eficientes que no necesitamos más”, explicó. El fósforo se aplica a razón de 50 kg/ha, junto con ajustes puntuales según análisis de suelo.
Los suelos se testean cada dos años (excepto en lotes de maíz, donde se hace anualmente). “Los niveles cambian tan despacio que no tiene sentido medir más seguido”, señaló.
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La tecnología que cambia el juego: los collares Halter
El gran salto llegó hace cinco años con la adopción de los collares inteligentes Halter. Se trata de collares solares que permiten:
• Cercos virtuales: con la app se dibujan los potreros y las vacas respetan los límites digitales. Ya no hace falta tanto alambrado físico (halterhq.com).
• Monitoreo animal: GPS y sensores registran pastoreo, descanso, rumia, actividad, celo y hasta signos tempranos de enfermedad (halterhq.com).
• Sonido, vibración y pulso suave: primero un pitido, luego una vibración y, si la vaca no responde, un leve pulso eléctrico (muy inferior al de un boyero). La lógica es “guiar” y no castigar (halterhq.com).
Los collares están diseñados para soportar sol, humedad, barro y cambios de temperatura. Los paneles solares aseguran autonomía energética y evitan depender de baterías reemplazables.
Con la aplicación, el productor puede dividir grupos de vacas, asignar áreas de pastoreo, prever la disponibilidad de forraje y ajustar la carga animal, todo en tiempo real.
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Impacto económico y costos
• Inversión inicial: unos 80.000 dólares para 600 vacas (según el caso que vimos).
• Modelo de suscripción: el costo ronda los USD 9,90 por vaca/mes, con distintos planes (básico, intermedio y avanzado).
• Ahorro en horas-hombre: reducción de hasta 25–30% del tiempo de trabajo de los empleados.
• Mayor aprovechamiento del pasto: los cercos virtuales permiten usar mejor cada potrero y reducir pérdidas por pisoteo.
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Adopción e innovación
• Valoración de Halter: supera los 1.650 millones de dólares en 2025.
• Expansión global: ya tiene miles de tambos usuarios en Nueva Zelanda, y crece en Australia y Estados Unidos.
• Escala: más de 500.000 vacas en el mundo usan esta tecnología y el número crece aceleradamente.
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Reflexión final
Lo más poderoso no es la herramienta en sí, sino lo que permite lograr: liberar tiempo y energía, anticipar problemas sanitarios, medir con precisión la eficiencia del pasto y dar trazabilidad ambiental y productiva a toda la cadena.
Como resumió Pete, “un buen tambero no se mide por los litros de leche que saca, sino por cómo maneja el pasto”. Con Halter, ese viejo principio encuentra un aliado tecnológico que multiplica su alcance.
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