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El peligro está a la vista: ¡manos a la obra!

Manuel Alvarado Ledesma – Consultoría Agroeconómica (CAE) | Especial para Agroeducación

Una vez conocida la tasa de inflación de diciembre, se disparó la alarma. Llegó al 4%. Lo peor de esto es que la mayor incidencia en este ratio viene del precio de los alimentos, cuya suba fue de 4,4%.

Y las perspectivas para los precios de los alimentos no son favorables, pues durante el año pasado tales precios cerraron apenas por encima del 20%, es decir 15 puntos porcentuales debajo de la inflación.

A la hora de buscar responsables, el gobierno no se mira a sí mismo. No quiere (¿o no puede?) reconocer que la madre del borrego está en la emisión para hacer frente al déficit fiscal. Durante 2020, el Banco Central habría emitido un promedio de 200.000 millones de pesos por mes y, en consecuencia, la velocidad de circulación del peso que se habría acelerado en sintonía con la desconfianza en la moneda.

Todo indica que la acción gubernamental, este año, será de ataque a la oferta, con el presunto objetivo de cuidar la mesa de los argentinos. Las autoridades miran para otro lado, a la hora de observar cuáles agentes han sido decisorios en la entrada de divisas y del progreso, por su elevada competitividad, esfuerzo e idoneidad.

Como en anteriores oportunidades… ¿el resultado no debería ser similar? No existe otro: un magro pan para hoy, y hambre para mañana. Si nos comemos las semillas antes de la siembra, no hay posibilidad de cosecha alguna.

No hace mucho, la vicepresidente habló de la necesidad de alinear «los salarios y jubilaciones con los precios de los alimentos y las tarifas» y remarcó que esa es una «tarea fundamental» que debe llevar adelante el gobierno en el 2021. Fue a mediados de diciembre pasado. Acá se ha trazado el futuro inmediato. Inmediatez, pura.

Es útil recordar que, con tal fin, entre 2002 y 2015 se implementaron medidas como derechos de exportación, tipos de cambio diferenciales, restricciones cuantitativas a la exportación, precios máximos, etc. Y los resultados, ciertamente negativos, llegaron con el paso del tiempo. La producción cayó violentamente.

Pocos remarcan que el peso de los bienes primarios -como el maíz y el trigo- es sumamente limitado en el precio de la carne, el pan, la leche o los huevos. Está demostrado que la participación de los granos en los bienes de consumo básicos no llega al 11%.

Como estamos recorriendo el mismo camino de otrora, no podrá ser diferente la consecuencia: crecientes expectativas de devaluación, desaliento a la inversión, desabastecimiento y aumento de precios por baja en la oferta, y reducción en la calidad de los servicios públicos.

La mirada oficial está “vivir con lo nuestro”, con la pretensión de lograr precios divorciados de los internacionales. Se trataría de impedir la exportación de trigo, maíz o carne, para presionar a los productores a vender en el mercado local, obviamente, a menor precio.

La gota que ha colmado el vaso está en las palabras de Fernanda Vallejos, quien ha hablado de la “maldición de exportar alimentos”. La diputada parece confundir el sentido de lo que algunos economistas han dado en llamar la “maldición de los recursos naturales”.

Acuñado por Richard Auty, (Universidad de Lancaster, 1993) este término apunta a la paradoja existente, al comparar el crecimiento de algunos países ricos en recursos naturales con los que no lo son.

En el trabajo “¿La madre naturaleza corrompe?” de Carlos Leite y Jens Weidmann, se muestra la relación estadísticamente considerable entre la dependencia en los recursos naturales y las instituciones débiles. Cuanto menos fuerte son las instituciones de un país, los recursos naturales tienden a permitir la emergencia de líderes populistas, que hacen de éstos su plataforma de atracción de votos. Así lo que debería ser una bendición pasa a ser una maldición.

Cuando existen instituciones sólidas, los países productores de commodities agrícolas no son dependientes de ellos. Avanzan en otros planos del crecimiento, sin dejar de explotar estos recursos. Así han logrado industrializarse, innovar y diversificar su matriz de exportaciones. Y de esa manera elevar el ingreso de sus ciudadanos.
Existen muchos países, como Australia, con un gran peso de producción agrícola en su haber.

Australia está tan sujeta a esta «maldición» como nuestro país. Pero la diferencia es notoria. Su inflación anual promedio, de los últimos años, ha girado en torno al 2% anual. Acá ha superado el 30% y se espera para este año un ratio próximo al 45%.

En un artículo de 2012, Joseph Stiglitz afirma que los países ricos en recursos naturales “a menudo no siguen estrategias de crecimiento sostenible. No se dan cuenta que si ellos no reinvierten su riqueza proveniente de los recursos naturales en inversiones productivas por encima del suelo, en los hechos, se están empobreciendo cada vez más. La disfunción política exacerba el problema, ya que el conflicto sobre el acceso a las rentas provenientes de los recursos naturales da lugar a que surjan gobiernos corruptos y antidemocráticos.”

El ambiente de negocios, en nuestro país, traba la recuperación de la economía y espanta los inversores. Así, cualquier emprendimiento resulta prácticamente imposible. Las reglas son cambiantes y la previsibilidad es limitada. La estructura de gobernanza de la Argentina es una fábrica de incertidumbre.

En uno de los pasajes del Testamento, el Cardenal Richelieu advierte al rey de Francia que “nada es más necesario al gobierno que la anticipación porque, gracias a ella, se pueden prevenir aquellos males que no se podrían curar sino con grandes dificultades en el caso de que se presentaran de improviso”.

Se necesitan empresarios y emprendedores que inviertan. Sin embargo, ellos no lo hacen, o en todo caso apenas invierten en lo más seguro. Temen al corporativismo populista. Lo lamentable es que no surge la cantidad de empresarios y emprendedores que exige el desarrollo porque las personas están más inclinadas a buscar la seguridad de algún empleo asalariado que a ingresar en el complejo mundo empresarial.

La incertidumbre carcome la capacidad de invertir. Pero es una herramienta de poder para el populismo, donde el relativismo moral es la base de los acuerdos y las emergencias son invocadas para desplazar los derechos de propiedad.

Debemos luchar por una mejor estructura institucional. Tenemos los canales institucionales formales para hacerlo.

Que nuestra bendición no se convierta en la financiadora del poder discrecional, auténtico generador de incertidumbre.

Acá está nuestro desafío, para este año. ¡Manos a la obra!


Manuel Alvarado Ledesma – Consultoría Agroeconómica (CAE) | Docente de Agroeducación

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